II.- LA HORA DE LA IGUALDAD: BRECHAS POR CERRAR, CAMINOS POR
ABRIR. Prólogo de Alicia Bárcena. Secretaria Ejecutiva. Comisión Económica
para América Latina y el Caribe (CEPAL).
La profundización de la democracia, como orden colectivo y como imaginario globalABRIR. Prólogo de Alicia Bárcena. Secretaria Ejecutiva. Comisión Económica
para América Latina y el Caribe (CEPAL).
compartido, clama por una mayor igualdad de oportunidades y derechos. Esto supone
ampliar la participación y la deliberación pública a amplios sectores de la sociedad que
se han visto secularmente marginados, pero también avanzar en la efectiva titularidad de
derechos económicos, sociales y culturales. La igualdad de derechos va más allá de la
estructura meritocrática de las oportunidades. Significa que la ciudadanía, como valor
irreductible, prescribe el pleno derecho de cada uno, por el solo hecho de ser parte de la
sociedad e independientemente de sus logros individuales y recursos monetarios, a
acceder a ciertos umbrales de bienestar social y reconocimiento.
Esto también significa avanzar hacia una mayor igualdad en materia de acceso, sobre
todo en campos como la educación, la salud, el empleo, la vivienda, los servicios
básicos, la calidad ambiental y la seguridad social. Al traducirse en umbrales mínimos
—e incrementales— de bienestar y de prestaciones, indirectamente la igualdad de
derechos impone límites a la desigualdad en el acceso, sobre todo cuando esa
desigualdad, en cierto punto, se traduce en que parte de la sociedad se vea privada del
acceso definido normativamente a partir del enfoque de la titularidad de derechos.
La igualdad de derechos provee el marco normativo y sirve de base a pactos sociales
que se reflejan en más oportunidades para quienes menos tienen. Un pacto fiscal que
contemple una estructura y una carga tributaria con mayor efecto redistributivo, capaz
de fortalecer el rol del Estado y la política pública de modo de garantizar umbrales de
bienestar, es parte de esta agenda de la igualdad en la que se incluye una
institucionalidad laboral que proteja la seguridad del trabajo.
Un orden democrático en que la orientación del desarrollo plasme la voluntad de la
mayoría y haga posible la concurrencia de todos los actores también responde al valor
de la igualdad. Un conjunto de políticas económicas que se apliquen con visión de largo
plazo en el ámbito productivo, laboral, territorial y social, que procuren no solo la
igualdad de oportunidades, sino también reducir las brechas en materia de logros
efectivos, constituye el pilar de la agenda de la igualdad.
La igualdad de derechos no erosiona la meritocracia ni desincentiva los esfuerzos
individuales. Por el contrario, promueve un sentido de pertenencia que motiva a los
agentes a contribuir al bien común y al progreso económico, pues redunda en derechos
más efectivos y en una mayor protección para cada persona. Supone la participación de
una gama más amplia de actores que aportan al bien común. Los Estados de bienestar
Primera Piedra 394 análisis Semanal
Del 3 al 9 enero del 2011
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más avanzados del mundo muestran precisamente ese complemento entre igualdad,
protección social, solidaridad instituida y disposición positiva de los agentes. No niegan
con ello las bondades del mercado sino que hacen del mercado una institución más
inclusiva y con una mejor interacción. Las alianzas público privadas más sólidas, las
democracias más avanzadas y las visiones más compartidas de desarrollo a largo plazo
se dan en sociedades más igualitarias y donde existe un Estado que desempeña un papel
más activo y actúa con visión estratégica para lograr el bienestar y el progreso de todos.
Se trata de una agenda política, progresista y de largo alcance.
En este sentido, el análisis que se presenta en este documento adhiere plenamente a la
idea de que la igualdad social y un dinamismo económico que transformen la estructura
productiva no están reñidos entre sí y de que el gran desafío es encontrar las sinergias
entre ambos elementos. La propuesta que aquí se formula va en esta dirección y nos
lleva al siguiente punto: cuando hablamos de igualdad lo hacemos sabiendo que hay que
crecer para igualar e igualar para crecer.
Por lo mismo, en ningún caso proponemos sacrificar el valor del dinamismo económico
y productivo en el altar de la igualdad. En el horizonte estratégico de largo plazo,
igualdad, crecimiento económico y sostenibilidad ambiental deben ir de la mano,
apoyarse mutuamente y reforzarse en una dialéctica virtuosa.
Por eso proponemos crecer con menos heterogeneidad estructural y más desarrollo
productivo, e igualar mediante la potenciación de las capacidades humanas y la
movilización de energías del Estado. Queremos revertir las tremendas disparidades
territoriales mediante la construcción de sociedades más integradas en torno a dinámicas
productivas, con sinergias sociales y territoriales positivas, así como reforzar la
protección de las personas mediante el mejoramiento de los mercados laborales, las
capacidades de las finanzas y la gestión pública. Del mismo modo que la idea de
igualdad supone ocuparse de la vulnerabilidad social, creemos que una macroeconomía
que proteja a las personas frente a la volatilidad externa juega un papel fundamental.
Esta meta no se alcanza automáticamente y requiere de políticas en varios frentes y de
más y mejor mercado. Si hay que nivelar el campo de juego, hay que hacerlo elevando
los niveles medios y agregados de productividad e ingresos.
Por último, en la consideración del valor de la igualdad y la manera en que se conjuga
con el crecimiento, no puede dejarse de lado el cambio climático, un factor que
determina marcadamente el futuro de todos. Igualdad significa, en este sentido,
solidaridad con las generaciones venideras que vivirán en un escenario más incierto y
con mayor escasez de recursos naturales. Significa, además, abogar por la celebración
de acuerdos internacionales para mitigar los efectos del cambio climático de modo tal
que se respete el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas, y no sean
los pobres ni los países pobres quienes terminen asumiendo los mayores costos de este
cambio. Significa pensar en el paradigma del desarrollo en función de un vínculo más
humanizado entre todos y un vínculo más amable con la naturaleza.
En síntesis, la igualdad transforma a la dignidad y el bienestar de las personas en un
valor irreductible, articula la vida democrática con la justicia social, vincula el acceso y
las oportunidades con una ciudadanía efectiva y de este modo fortalece el sentido de
pertenencia.
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Además, provee el punto de partida ético-político para universalizar prestaciones (no
solo en materia de acceso), sino también para reducir brechas en la calidad y las
trayectorias. La igualdad constituye el marco normativo para el pacto fiscal y el pacto
social del que surge el carácter vinculante de los derechos ratificados y sus implicancias
en cuanto a progresividad y redistribución, demanda más y mejor Estado en materia de
regulación, transparencia, fiscalización y redistribución de recursos, y exige un
profundo respeto por la seguridad planetaria para garantizar la sostenibilidad ambiental.
La propuesta que en esta ocasión la CEPAL somete a la consideración de los gobiernos
de América Latina y el Caribe concibe al desarrollo en el sentido recién planteado. A la
luz de los desafíos presentes recrea el conocimiento técnico acumulado por la Comisión
a lo largo de más de seis décadas de intenso trabajo y plantea un futuro deseable para la
región, más igualitario en cuanto a oportunidades y derechos, más dinámico y menos
vulnerable en cuanto a su economía, en que el círculo vicioso del subdesarrollo se
transforme en un círculo virtuoso del desarrollo. En esta propuesta se respaldan valores
fundamentales a los que adherimos sin reservas, con el rigor técnico que hace parte del
patrimonio de la Comisión.
¿Por qué hacemos nuestro el valor de la igualdad? Porque creemos interpretar un
reclamo histórico largamente sostenido y postergado en las sociedades latinoamericanas
y caribeñas. A partir de este reclamo se han ensayado, con mayor o menor fortuna,
revoluciones y reformas, modelos de gobierno y de política, movimientos populares,
acuerdos entre grupos y demandas de los más diversos actores. Pero al mismo tiempo
que la igualdad respira, como valor positivo, en la memoria histórica de la región, se ha
visto sistemáticamente negada por esa misma historia. En efecto, la desigualdad recorre
cinco siglos de discriminación racial, étnica y de género, con ciudadanos de primera y
segunda categoría. Recorre una modernización hecha sobre la base de la peor
distribución del ingreso del mundo. Recorre décadas recientes en que se ha exacerbado
la heterogeneidad de las oportunidades productivas de la sociedad, se ha deteriorado el
mundo del trabajo y se ha segmentado el acceso a la protección social, multiplicándose
las brechas por doquier. Recorre las asimetrías frente a la globalización.
Y sin embargo, cuanto más nos recorre la desigualdad, más intenso es el anhelo de
igualdad, sobre todo cuando la historia se quiebra en su continuidad, el mundo entra en
crisis y el futuro reclama un punto de inflexión. De este modo, la crisis iniciada en 2008
a escala global es un momento en que la igualdad aparece nuevamente como valor
intrínseco del desarrollo que buscamos. Al confrontar las brechas, la sociedad migra de
lo individual a lo colectivo y busca suturar las heridas de la desigualdad hilvanando el
hilo de la cohesión social.
El escándalo de las desigualdades, que se exacerbaron como nunca antes en el modelo
financierista que se impuso en el mundo en las últimas décadas, suscita la indignación
compartida a la luz del desfondamiento de ese modelo tras la crisis. Podrán paliarse sus
consecuencias financieras, pero no podrá borrarse la conciencia planetaria adquirida en
este último año respecto de la arbitrariedad del modelo, ni podrá evanescerse la
indignación que causan sus inequidades.
Por eso hemos querido, no sin osadía, darle a este documento el título que lleva: la hora
de la igualdad. Sin embargo, no hablamos de cualquier igualdad. Nuevamente la historia
aporta sus enseñanzas. Hablamos de igualdad teniendo como referencia otro gran valor
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cuya conquista ha sido fruto de largas luchas y respecto del que siempre es necesario
seguir progresando: la democracia. Por ello, situamos el valor de la igualdad en el
corazón de la democracia. Igualdad sin democracia es igualdad sin derechos básicos y
sin Estado de derecho, lo que constituye una contradicción en los términos. Pero, por
otra parte, una democracia de baja calidad y con poca participación de los más diversos
actores en espacios de deliberación difícilmente forje una voluntad política para avanzar
hacia una mayor igualdad.
Esta es nuestra propuesta. A partir de ella escrutamos, en las páginas que siguen, los
signos del desarrollo (y del subdesarrollo) de las últimas décadas y los vaivenes y
secuelas de la crisis reciente. También nos proyectamos hacia un futuro donde el Estado
y la política armonicen democracia con igualdad, promuevan a la vez saltos productivos
y sostenibilidad ambiental, combinen mercados inclusivos con ciudadanía activa,
generen los pactos sociales necesarios en una América Latina y el Caribe con brechas
por cerrar y caminos por abrir.
Nota: el libro completo está disponible en la página web institucional de Cepal
ampliar la participación y la deliberación pública a amplios sectores de la sociedad que
se han visto secularmente marginados, pero también avanzar en la efectiva titularidad de
derechos económicos, sociales y culturales. La igualdad de derechos va más allá de la
estructura meritocrática de las oportunidades. Significa que la ciudadanía, como valor
irreductible, prescribe el pleno derecho de cada uno, por el solo hecho de ser parte de la
sociedad e independientemente de sus logros individuales y recursos monetarios, a
acceder a ciertos umbrales de bienestar social y reconocimiento.
Esto también significa avanzar hacia una mayor igualdad en materia de acceso, sobre
todo en campos como la educación, la salud, el empleo, la vivienda, los servicios
básicos, la calidad ambiental y la seguridad social. Al traducirse en umbrales mínimos
—e incrementales— de bienestar y de prestaciones, indirectamente la igualdad de
derechos impone límites a la desigualdad en el acceso, sobre todo cuando esa
desigualdad, en cierto punto, se traduce en que parte de la sociedad se vea privada del
acceso definido normativamente a partir del enfoque de la titularidad de derechos.
La igualdad de derechos provee el marco normativo y sirve de base a pactos sociales
que se reflejan en más oportunidades para quienes menos tienen. Un pacto fiscal que
contemple una estructura y una carga tributaria con mayor efecto redistributivo, capaz
de fortalecer el rol del Estado y la política pública de modo de garantizar umbrales de
bienestar, es parte de esta agenda de la igualdad en la que se incluye una
institucionalidad laboral que proteja la seguridad del trabajo.
Un orden democrático en que la orientación del desarrollo plasme la voluntad de la
mayoría y haga posible la concurrencia de todos los actores también responde al valor
de la igualdad. Un conjunto de políticas económicas que se apliquen con visión de largo
plazo en el ámbito productivo, laboral, territorial y social, que procuren no solo la
igualdad de oportunidades, sino también reducir las brechas en materia de logros
efectivos, constituye el pilar de la agenda de la igualdad.
La igualdad de derechos no erosiona la meritocracia ni desincentiva los esfuerzos
individuales. Por el contrario, promueve un sentido de pertenencia que motiva a los
agentes a contribuir al bien común y al progreso económico, pues redunda en derechos
más efectivos y en una mayor protección para cada persona. Supone la participación de
una gama más amplia de actores que aportan al bien común. Los Estados de bienestar
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más avanzados del mundo muestran precisamente ese complemento entre igualdad,
protección social, solidaridad instituida y disposición positiva de los agentes. No niegan
con ello las bondades del mercado sino que hacen del mercado una institución más
inclusiva y con una mejor interacción. Las alianzas público privadas más sólidas, las
democracias más avanzadas y las visiones más compartidas de desarrollo a largo plazo
se dan en sociedades más igualitarias y donde existe un Estado que desempeña un papel
más activo y actúa con visión estratégica para lograr el bienestar y el progreso de todos.
Se trata de una agenda política, progresista y de largo alcance.
En este sentido, el análisis que se presenta en este documento adhiere plenamente a la
idea de que la igualdad social y un dinamismo económico que transformen la estructura
productiva no están reñidos entre sí y de que el gran desafío es encontrar las sinergias
entre ambos elementos. La propuesta que aquí se formula va en esta dirección y nos
lleva al siguiente punto: cuando hablamos de igualdad lo hacemos sabiendo que hay que
crecer para igualar e igualar para crecer.
Por lo mismo, en ningún caso proponemos sacrificar el valor del dinamismo económico
y productivo en el altar de la igualdad. En el horizonte estratégico de largo plazo,
igualdad, crecimiento económico y sostenibilidad ambiental deben ir de la mano,
apoyarse mutuamente y reforzarse en una dialéctica virtuosa.
Por eso proponemos crecer con menos heterogeneidad estructural y más desarrollo
productivo, e igualar mediante la potenciación de las capacidades humanas y la
movilización de energías del Estado. Queremos revertir las tremendas disparidades
territoriales mediante la construcción de sociedades más integradas en torno a dinámicas
productivas, con sinergias sociales y territoriales positivas, así como reforzar la
protección de las personas mediante el mejoramiento de los mercados laborales, las
capacidades de las finanzas y la gestión pública. Del mismo modo que la idea de
igualdad supone ocuparse de la vulnerabilidad social, creemos que una macroeconomía
que proteja a las personas frente a la volatilidad externa juega un papel fundamental.
Esta meta no se alcanza automáticamente y requiere de políticas en varios frentes y de
más y mejor mercado. Si hay que nivelar el campo de juego, hay que hacerlo elevando
los niveles medios y agregados de productividad e ingresos.
Por último, en la consideración del valor de la igualdad y la manera en que se conjuga
con el crecimiento, no puede dejarse de lado el cambio climático, un factor que
determina marcadamente el futuro de todos. Igualdad significa, en este sentido,
solidaridad con las generaciones venideras que vivirán en un escenario más incierto y
con mayor escasez de recursos naturales. Significa, además, abogar por la celebración
de acuerdos internacionales para mitigar los efectos del cambio climático de modo tal
que se respete el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas, y no sean
los pobres ni los países pobres quienes terminen asumiendo los mayores costos de este
cambio. Significa pensar en el paradigma del desarrollo en función de un vínculo más
humanizado entre todos y un vínculo más amable con la naturaleza.
En síntesis, la igualdad transforma a la dignidad y el bienestar de las personas en un
valor irreductible, articula la vida democrática con la justicia social, vincula el acceso y
las oportunidades con una ciudadanía efectiva y de este modo fortalece el sentido de
pertenencia.
Primera Piedra 394 análisis Semanal
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Además, provee el punto de partida ético-político para universalizar prestaciones (no
solo en materia de acceso), sino también para reducir brechas en la calidad y las
trayectorias. La igualdad constituye el marco normativo para el pacto fiscal y el pacto
social del que surge el carácter vinculante de los derechos ratificados y sus implicancias
en cuanto a progresividad y redistribución, demanda más y mejor Estado en materia de
regulación, transparencia, fiscalización y redistribución de recursos, y exige un
profundo respeto por la seguridad planetaria para garantizar la sostenibilidad ambiental.
La propuesta que en esta ocasión la CEPAL somete a la consideración de los gobiernos
de América Latina y el Caribe concibe al desarrollo en el sentido recién planteado. A la
luz de los desafíos presentes recrea el conocimiento técnico acumulado por la Comisión
a lo largo de más de seis décadas de intenso trabajo y plantea un futuro deseable para la
región, más igualitario en cuanto a oportunidades y derechos, más dinámico y menos
vulnerable en cuanto a su economía, en que el círculo vicioso del subdesarrollo se
transforme en un círculo virtuoso del desarrollo. En esta propuesta se respaldan valores
fundamentales a los que adherimos sin reservas, con el rigor técnico que hace parte del
patrimonio de la Comisión.
¿Por qué hacemos nuestro el valor de la igualdad? Porque creemos interpretar un
reclamo histórico largamente sostenido y postergado en las sociedades latinoamericanas
y caribeñas. A partir de este reclamo se han ensayado, con mayor o menor fortuna,
revoluciones y reformas, modelos de gobierno y de política, movimientos populares,
acuerdos entre grupos y demandas de los más diversos actores. Pero al mismo tiempo
que la igualdad respira, como valor positivo, en la memoria histórica de la región, se ha
visto sistemáticamente negada por esa misma historia. En efecto, la desigualdad recorre
cinco siglos de discriminación racial, étnica y de género, con ciudadanos de primera y
segunda categoría. Recorre una modernización hecha sobre la base de la peor
distribución del ingreso del mundo. Recorre décadas recientes en que se ha exacerbado
la heterogeneidad de las oportunidades productivas de la sociedad, se ha deteriorado el
mundo del trabajo y se ha segmentado el acceso a la protección social, multiplicándose
las brechas por doquier. Recorre las asimetrías frente a la globalización.
Y sin embargo, cuanto más nos recorre la desigualdad, más intenso es el anhelo de
igualdad, sobre todo cuando la historia se quiebra en su continuidad, el mundo entra en
crisis y el futuro reclama un punto de inflexión. De este modo, la crisis iniciada en 2008
a escala global es un momento en que la igualdad aparece nuevamente como valor
intrínseco del desarrollo que buscamos. Al confrontar las brechas, la sociedad migra de
lo individual a lo colectivo y busca suturar las heridas de la desigualdad hilvanando el
hilo de la cohesión social.
El escándalo de las desigualdades, que se exacerbaron como nunca antes en el modelo
financierista que se impuso en el mundo en las últimas décadas, suscita la indignación
compartida a la luz del desfondamiento de ese modelo tras la crisis. Podrán paliarse sus
consecuencias financieras, pero no podrá borrarse la conciencia planetaria adquirida en
este último año respecto de la arbitrariedad del modelo, ni podrá evanescerse la
indignación que causan sus inequidades.
Por eso hemos querido, no sin osadía, darle a este documento el título que lleva: la hora
de la igualdad. Sin embargo, no hablamos de cualquier igualdad. Nuevamente la historia
aporta sus enseñanzas. Hablamos de igualdad teniendo como referencia otro gran valor
Primera Piedra 394 análisis Semanal
Del 3 al 9 enero del 2011
5
cuya conquista ha sido fruto de largas luchas y respecto del que siempre es necesario
seguir progresando: la democracia. Por ello, situamos el valor de la igualdad en el
corazón de la democracia. Igualdad sin democracia es igualdad sin derechos básicos y
sin Estado de derecho, lo que constituye una contradicción en los términos. Pero, por
otra parte, una democracia de baja calidad y con poca participación de los más diversos
actores en espacios de deliberación difícilmente forje una voluntad política para avanzar
hacia una mayor igualdad.
Esta es nuestra propuesta. A partir de ella escrutamos, en las páginas que siguen, los
signos del desarrollo (y del subdesarrollo) de las últimas décadas y los vaivenes y
secuelas de la crisis reciente. También nos proyectamos hacia un futuro donde el Estado
y la política armonicen democracia con igualdad, promuevan a la vez saltos productivos
y sostenibilidad ambiental, combinen mercados inclusivos con ciudadanía activa,
generen los pactos sociales necesarios en una América Latina y el Caribe con brechas
por cerrar y caminos por abrir.
Nota: el libro completo está disponible en la página web institucional de Cepal
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